El Yeti Argentino: Carlos “el mono” Bellisio el hombre de la Antártida

Carlos “el mono” Bellisio, es un apasionado explorador y fotógrafo argentino conocido por su profunda conexión con la Antártida. Durante su tiempo en este remoto continente, se destacó por su rutina matutina, en la cual solía salir a contemplar la belleza de los glaciares y el Mar Antártico desde su modesta residencia, un contenedor de color ladrillo en la base Brown. Su experiencia única se caracterizaba por el asombroso silencio que solo se interrumpía ocasionalmente por sonidos naturales como la ruptura de bloques de hielo o el chapoteo de pingüinos.


Carlos “el mono” Bellisio describe la Antártida como un lugar que te transporta a otro mundo, y a pesar de haber visitado el continente numerosas veces, nunca se cansa de admirar su esplendor. Su profundo amor por este lugar lo llevó a capturar su belleza a través de la fotografía, y su apartamento en Saavedra está decorado con sus propias imágenes de glaciares.

La dedicación de Carlos a la exploración y su pasión por compartir la majestuosidad de la Antártida a través de la fotografía lo convierten en un embajador apreciado de este entorno único y remoto.


Lo que Carlos comenta que más echará de menos de la Antártida es su rutina matutina. A las 7 de la mañana, Carlos “el mono” Bellisio solía salir de su residencia, un tipo de contenedor de color ladrillo situado en la base Brown, y se sentaba a admirar el reflejo impecable de los glaciares que le devolvía el Mar Antártico. Ese absoluto silencio, excepcional, solo se rompía ocasionalmente por el crujir de un bloque de hielo o el chapoteo de un pingüino.


Comentó que en la Antártida, uno se siente como si estuviera en otro mundo, en otro planeta. Muy alejado de la realidad. A su vez, habló de la belleza de lugar haciendo referencia a que te sorprende día a día y que uno nunca se acostumbra ni se cansa de vivir en ese lugar. Lo considera como un “auténtico paraíso”. En las paredes de su sala de estar cuelgan grandes fotografías de glaciares, todas tomadas por él mismo.


A lo largo de las últimas cuatro décadas, Bellisio participó en 40 expediciones antárticas, lo que lo mantuvo alejado del verano porteño, sus altas temperaturas y las plagas de mosquitos. En ese período, compartió escasamente tres o cuatro Navidades con su familia, ya que, a menos que fuera un año excepcional, solía despedirse de Buenos Aires a principios de diciembre, regresando recién a mediados de abril.

Durante estas temporadas, exploró numerosas bases argentinas y también visitó instalaciones de otros países, incluyendo China, Corea, Polonia, Chile y Uruguay. En este proceso, se convirtió en un observador involuntario de los efectos del cambio climático en la región.


En 1976, a la temprana edad de 19 años, Carlos “el mono” Bellisio tuvo su primer encuentro con la base Brown en la Antártida. Este momento marcó el inicio de su conexión con este lugar remoto y único, poco después de haber finalizado la escuela secundaria. Su decisión de trabajar en la Antártida fue influenciada por su padre, un destacado ictiólogo con experiencia en las aguas del Mar Argentino y la Antártida, que había participado en numerosas expediciones.

Creció admirando las impresionantes fotografías en blanco y negro que su padre había tomado en la Antártida, aunque nunca había imaginado que él mismo llegaría a viajar allí. Para él, la Antártida era como un mundo desconocido, similar a ir a la luna.


Finalmente, Carlos logró asegurarse un puesto como asistente de investigación y emprendió su primer viaje al sur durante ese verano. En esa época, las opciones para llegar a la Antártida eran limitadas: uno podía optar por volar en un avión Hércules, como todavía se hace en la actualidad hasta la Base Marambio, o embarcarse como miembro de la tripulación en un barco de carga, como el antiguo Bahía Aguirre, que partía desde Buenos Aires y llevaba a los expedicionarios hasta alguna de las bases antárticas.

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