La joven argentina que trata de salvar el océano desde un pueblo en la Patagonia

La argentina regresó de vivir y estudiar en África, y se instaló en una pequeña región en Chubut.
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Son muchos los que están encantados con todo lo que tenga que ver con el cuidado del ambiente y de la fauna del planeta. Esa pasión y sinergia por querer acaparar el tema la tenía desde siempre Diana Fredrich, una joven argentina que, a diferencia de otros, comenzó a estudiar en diferentes lugares del mundo con el fin de saciar esta sensación.

Su historia comienza de forma diferente, ya que un día revolviendo cosas que encontró en su altillo, notó que había una caja vieja. En cuanto la abrió se dio cuenta que su vida iba a cambiar para siempre: estaba llena de caracoles que había recolectado junto con su familia en vacaciones en diferentes lugares del sur del país.

A pesar de ser de San Isidro, y de vivir en una localidad muy céntrica, los padres de la argentina habían criado a sus hijos de una forma diferente. Los hermanos de Diana no conocían Disney Channel porque en su casa no había televisiones. Es por eso que tiene sentido el hecho de que los caracoles era la principal diversión en vacaciones.

El hecho que cambió por completo la vida de Diana fue en 2017 cuando su familia regresó al pueblo donde encontraron esos caracoles, en Camarones. En 2019 la argentina regresó para instalarse para siempre en esa ciudad y comenzar desde allí todo un movimiento ecológico. “Lo primero que hice cuando volví fue ir a esa misma playa: me senté a tomar mate, a mirar el mar, ¡y me sentí tan agradecida! Era como que el destino me había traído una vez más”, expresó.

DE QUÉ SE TRATA EL PROYECTO DE LA ARGENTINA

Diana lidera un proyecto de la Fundación Rewilding Argentina cuyo objetivo es desarrollar un nuevo destino de ecoturismo: Patagonia Azul, a lo largo de una ruta escénica de 450 kilómetros, entre Comodoro Rivadavia y Rawson. Simultáneamente, promueve la creación de una zona marina protegida que no solo detendría la devastación causada por la pesca de arrastre, la contaminación plástica y la invasión de especies exóticas, sino que también proporcionaría mejores oportunidades de desarrollo para la comunidad local.

Esta iniciativa está alineada con la “meta 30×30”, uno de los acuerdos globales más importantes para la conservación de la biodiversidad y la mitigación de la crisis climática; más de cien naciones se han comprometido a proteger el 30% de sus áreas terrestres y marinas para el año 2030.

A sus 33 años, la argentina es una destacada referente del movimiento de jóvenes naturalistas y ambientalistas que, alrededor del mundo, están dedicando sus vidas a una causa mayor: salvar el planeta mediante la restauración de una relación más armoniosa y equilibrada entre la humanidad y la naturaleza que lo sustenta.

Ahora bien, el objetivo de la joven es poder concientizar en lo mal que hace la pesca industrial a la fauna y la salud del océano. Ella se encargó de estudiar todo el impacto que tiene el mismo en este sistema ecológico, por lo que es clave su trabajo.

La pesca industrial destruye el mar de la misma manera que el desmonte arrasa con la tierra. Si continuamos así, en menos de 20 años nos quedaremos sin océano. En Argentina, desde hace medio siglo, el principal método de pesca es el arrastre, el cual destruye los fondos marinos. Muchas especies ya han colapsado, los ecosistemas marinos están desequilibrándose y no hay vuelta atrás.

Además, cuando se vive en una comunidad costera, las actividades industriales limitan la autonomía. Si la industria pesquera decide descargar el pescado en el puerto local, las personas tienen suerte y pueden ganar algo de dinero. Si no, no. ¿Cómo puede la gente del lugar recuperar el control sobre sus vidas? Existe un movimiento, la localización, que propone que las comunidades reaprendan habilidades tradicionales, como tejer, cocinar y cultivar su propia comida, para depender menos del resto del mundo. Esto es lo que se busca lograr aquí. Por ejemplo, en el glamping solo se sirve el pescado que se desea fomentar.

Para ello, se educa a los pescadores: no se les compran langostinos, sino solo los pescados que son más sostenibles, es decir, los que se reproducen más rápido y los que se pescan desde la costa. Al mismo tiempo, también se educa a los turistas, explicándoles cómo se capturan los langostinos para que, con esa información, elijan no consumirlos.

Lo que se ha perdido, en primer lugar, es la conexión con la naturaleza y, por ende, con nosotros mismos. Es esencial que existan lugares que sean completamente naturales, ya que esto responde a una necesidad espiritual. Actualmente, no tenemos claro quiénes somos ni por qué la naturaleza es fundamental para nosotros.

Esto afecta la manera en que nos organizamos y permite que ocurran cosas que no deberían suceder. Si nos reconectamos con la naturaleza, encontraremos la fuerza para enfrentar esta crisis planetaria. Una de las mayores logros es abrir estos espacios para que las personas (no solo turistas, sino también locales) puedan venir y apreciar su maravilla.

Esta temporada se ha enfocado en atraer al mayor número posible de personas, ofreciendo actividades para conectarse con el mar: clases de dibujo, encuentros de baile, snorkel, kayak, meditación, todo en la playa, con niños, adultos y jóvenes. Si se desea crear un área marina protegida, la comunidad local debe apoyar la idea y, posteriormente, convertirse en su principal “guardiana”.

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