Los que son fanáticos de la radio no pueden dejar de reconocer que es un medio que brilla por su excelencia de servicio. Y es que quedó catalogado como aquel único que puede informar a las personas en casos de guerra o de catástrofe, a diferencia de otro tipo de medios de comunicación que requieren de estudios preparados para transmitir.
La estación LRA 36 “Estación Arcángel San Gabriel” es la única que se emite desde la base argentina que está en la Antártida y fue reconocida por miles de aficionados de todo el mundo, por tener la particularidad de conectarse con personas que se encuentran al otro lado del globo. Los detalles de su maquinaria son únicos.
LA RADIO ARGENTINA DE LA ANTÁRTIDA QUE SE CONECTA CON TODO EL MUNDO
Juan Benavente es la tercera generación de su familia que se dedica con mucha pasión a hacer radio. Fue su abuelo, y más tarde su padre, los que le inculcaron el poderoso significado que tiene el artilugio, y las maravillas que puede hacer para las personas en el planeta. “La radioafición es un servicio comunicacional que se potenció y diversificó con las nuevas tecnologías y puede garantizarse aún en medio de catástrofes y guerras, por la gran autonomía de sus equipamientos”, explicó.
Juan es el que está a cargo de la única estación en la Antártida, y explicó que cuando decidió mudarse al continente blanco tenía como objetivo llegar a miles de aficionados en el mundo. Conseguirlo era muy complejo: se necesitaba de un aparato que pudiese captar las señales desde su emisión y recorrer miles de kilómetros hasta llegar a una recepción, sin perder la estabilidad.
Con mucho trabajo, pudo conectarse con radioaficionados en Japón o Rusia, lo cual considera que es todo un reconocimiento porque “implica un enlace de radio de hasta 18.000 kilómetros”. Con el tiempo, lo fueron contactando personas que tienen pasión por la radio para ver si podían conectarse ellos también. “Buscan el deslumbre de contactarse con estaciones lejanas, difíciles y exóticas”, añadió.
Ese tipo de conexiones se realizan por fuera del horario habitual de programación, porque es más una comunicación a la que se puede acceder si se tienen las frecuencias necesarias. Lo llamativo es que los radioaficionados desarrollaron su propio reglamento a tener en cuenta, dada las diferencias culturales a las que se iban a enfrentar.
“Lo que hacemos desde Antártida es hablar con los radioaficionados sobre qué temperatura hay, cómo es la base. Cuando no hay muchos radioaficionados en frecuencia conversamos más, pero a veces hay cien personas que están esperando comunicarse, entonces no podemos ponernos a hablar de los pingüinos porque los otros también quieren hacer un contacto mínimo con nosotros”, contó Juan.
Ya con muchas conexiones realizadas bajo el brazo, considera que dejó muy bien parada a la estación argentina Base Esperanza, que aún continúa defendiendo el territorio de la Antártida que le pertenece a nuestro país. Sigue con ansias de buscar a otros radioaficionados que quisiesen charlar con alguien desde ese lugar recóndito del mundo.